Aquí hubo un gobierno legal (la última legitimidad que
hemos tenido) que sufre una rebelión sediciosa por
parte de unos militares y otros grupos que la apoyan y que hay muertos en uno y
otro sitio, pero que, una vez acabada la guerra, con directrices clarísimas de
Queipo de Llano, del propio Franco, del General Mola, se da la consigna de
matar a la gente para declarar el terror.
Pues bien; modelos afines surgieron por toda Europa sobre la
misma época, como fue el caso de Italia y Alemania, y, donde no surgieron, se
implantaron por el uso de la violencia, como pasaría en Polonia o en Francia.
Años más tarde, los aliados entraron derrocando a esos regímenes totalitarios y
salvando a Europa de la destrucción, salvo el caso de España.
Mucha gente se pregunta por qué en España no se condena el
fascismo. Por qué en España se homenajea a la División Azul, que combatió junto
a Hitler en el frente soviético. Por qué en España se condena y se inhabilita
al juez que se atreve a investigar los crímenes del franquismo. Por qué las
víctimas del franquismo siguen en las cunetas y hay tanta resistencia a
exhumarlas.
La respuesta está clara y se ha puntualizado al principio:
En España ganó el fascismo. Cuando, en el resto de Europa, los aliados acabaron
con él, en España, a mitad de siglo, don Francisco Franco entraba a caballo por
la Puerta de Alcalá. Tenemos el ejemplo de los respectivos partidos comunistas
de Italia y España: cuando el Partido Comunista Italiano entraba, en el 45,
triunfante con las armas desplazando a los fascistas del poder, aquí, 30 años más tarde,
simplemente nos legalizaban. Y esto es sólo un ejemplo.
De aquellos polvos, estos lodos. El mundo se modernizaba y
el régimen español no quería quedar atrás. Por ello, puso en marcha una acción
previamente programada y de planificación tácita que tenía como objetivo dar
continuidad a la creación de 1939 y que consistió en la transacción mal llamada
'Transición'. Esta transacción dio al régimen un bañito en el Jordán
democrático, legalizó ciertas formaciones políticas (dejando al margen, eso sí,
a las formaciones no afines con la ley electoral) y mantuvo en el poder a la
oligarquía financiera y eclesiástica que llevaba controlando el Estado desde la
desaparición de la II República.
Los jefe del Estado que hemos tenido desde entonces, por ejemplo, no han dudado en verse con los dictadores más sanguinarios
del planeta solamente por hacer de embajador de las grandes compañías
petroleras y energéticas españolas privatizadas, evidentemente, por los
diferentes gobiernos sustentados por las formaciones políticas del régimen. Las
personas que dicen ser partidarias de la monarquía, además, olvidan que su tan idolatrado
monarca es íntimo amigo de Mohamed VI, rey de Marruecos, que no duda en
condenar a la miseria al pueblo saharaui.
Ahora bien; de la misma manera que, en materia de
confesiones religiosas, existe el secularismo por el un lado y el
anti-clericalismo por otro, en modelo de Estado, también tenemos el
republicanismo y el anti-monarquismo, términos totalmente independientes.
'República' no es sinónimo de ausencia de monarquía. 'República' es sinónimo de
derechos, de libertades, de progreso, de felicidad, de democracia. Aspectos que
no se cumplen en experiencias no monárquicas dentro de la propia Europa e
incluso, históricamente, en España. Porque nadie olvida que la última
experiencia republicana aquí, a pesar de sus grandes logros, estuvo igualmente
en manos de la Extrema derecha durante el Bienio Negro (1933 - 1936) bajo el
gobierno radical-cedista de Lerroux, primero, y de Gil-Robles, después.
Por tanto, ser republicano no es agitar la bandera tricolor,
ni gritar consignas en contra de la monarquía, ni tampoco ir a Palma a increpar
a Urdangarín a su salida de los juzgados. Ser republicano es algo tan sencillo
como creer en que no merece la pena luchar por banderas, que la única bandera
es la bandera del planeta Tierra, y la humanidad es una sola raza, una sola y
única raza, y que merece la pena luchar por ella.
Apostar por la III República es apostar por el fin del franquismo y, para ser demócrata, en España, hay que ser antifranquista.